Es difícil realizar una reseña justa a una película cuando es de un gusto tan personal como esta lo supone para éste autor, más cuando ha sido motivo de controversia y una polarización impresionante de las opiniones. En general, una de las quejas más frecuentes acerca de Silent Hill es su complicada trama y el hecho de que, al parecer, es necesario haber jugado los video juegos para compreder de que va. Por otra parte, la comunidad gamer se quejó en su momento de que el trato general de la película recrea una atmósfera muy similar a la del videojuego pero con una trama un tanto alejada de la original, un desagrado alimentado en parte por la promesa de Sony Pictures de mantener la historia lo más apegada a la trama de la Saga en manera de lo posible y que tras algunos tropiezos en producción la idea se vio un tanto inconclusa. Con todo y todo, creo que al pasar el tiempo Silent Hill, en el cine, ha creado una base de fans bastante grande y ha alcanzado un estatus muy cercano al de película de culto, pero que ha sido tremendamente menospreciada incluso por la crítica internacional; Roger Ebert alabó su estética pero la destrozó en base a su trama debido a su complejidad innecesaria. Esto es algo que al pasar de los años sigue sorprendiéndome ya que no considero que en realidad el ritmo de la película sea tan díficil de seguir aunque he de admitir que en momentos la bien lograda atmósfera sobrepasa las capacidades de reacción de los actores y en ocasiones el CGI utilizado para los efectos satura las escenas opacando de cierta manera otros elementos valiosos de la cinta.
En Silent Hill seguimos la historia de Rose, quien preocupada por su hija adoptiva Sharon cuya salud cada día se deteriora más, decide llevarla al pueblo homónimo para intentar encontrar una respuesta a su compleja condición médica a quien al parecer nadie tiene respuesta, y es que cómo resulta evidente, cuando tu hija se encuentra desahuciada la mejor opción es llevarla al pueblo fantasma cuyo nombre susurra en sus episodios de sonambulismo. Al transportarse ahí con todo y la oposición de Cristopher, el esposo de Rose interpretado de manera excelsa por Sean Bean a pesar de su poco tiempo en pantalla, ocurre un accidente y la camioneta en que ambas protagonistas viajaban se vuelca provocando que Rose pierda el conocimiento y Sharon desaparezca. A partir de ahí, todo se vuelve un frenesí de ambientes oscuros y atmosferas desesperantes, con el fuego como principal medio de intimidación, con pequeños insectos consumiendo a las escasaz figuras humanas que se pueden apreciar en pantalla, sin mencionar una sombría presencia que gusta de asesinar brutal y explícitamente a todo áquel que se cruza en su camino. Tras unos cuantos flashblacks a manera de explicación nos damos cuenta de que la enfermedad que padece Sharon tiene una conección directa con el pasado oscuro de la ciudad, lo que supone un desenlace inesperado.
Me atrevo a decir, y sé que no soy el único que apoya esta idea, que Silent Hill es, más que una cinta de terror convencional, una película mainstream de horror experimental que explota elementos sobrenaturales muy poco tratados en otras obras contemporaneas, elementos que se apoyan principalmente en la estética, el aspecto de los personajes y lugares en donde se lleva a cabo la acción; y los efectos especiales y maquillaje, todos cuidados casi a la perfección (esos insectos CGI siguen siendo un tanto molestos para mí). Una revisión pasada ya casi una década desde su estreno me lleva a la conclusión de que su enfoque y tratado de la historia la hacen que se mantenga vigente, siendo quizás su mayor acierto el haber apostado por esa relación directa entre la ambientación de la película y la reacción de los protagonistas como una extensión de lo que el espectador siente al verla.
Es una película muy recomendable, la cuestión es acercarse a ella sin prejuicios.
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